Hace poco
visité México y me di cuenta que ya no tengo
el ritmo que requiere una ciudad como la Ciudad de México. Tenía dos años que no visitaba mi país. Noté varios cambios, por ejemplo en el metro ya había unas flechas que ayudaban a indicar a las personas donde colocarse
para dejar salir y poder entrar al metro ordenadamente. También vi varios anuncios en el metro en contra del acoso sexual. Mencionaban
los anuncios que silbar a una mujer también era violencia
sexual o que 9 de cada 10 mexicanas han sufrido violencia sexual en el metro. Me
pareció importante que estos mensajes se hagan, quizá es una forma
de mostrar que la violencia contra la mujer está en la mira de
las autoridades. Observé que ahora la división de vagones
para las mujeres está activo todo el día, lo cual me parece pertinente, antes solo hacían estas divisiones en
un cierto horario. Algo que también noté fue que la mayoría de los vendedores ambulantes del metro desaparecieron, eso me parece
algo muy bueno porque ya era demasiado doloroso viajar con ellos en el metro. Había
un sin fin de vendedores ambulantes con bocinas enormes vendiendo discos
piratas. Era demasiado incomodo, pero afortunadamente ya no están. Vi que había
cámaras en la mayoría de los vagones lo cual me parece algo bueno para seguridad
de los usuarios.
Casi
enseguida noté que algo estaba pasando con mi español, cuando compraba cosas y me decían la cantidad
a pagar me costaba trabajo retener la cantidad en mi mente. Era como si mi
cerebro no pudiera retener las cantidades en español. Lo asocié a que ya no estaba acostumbrada a pensar en pesos. Me sentí intolerante con algunos comportamientos de los mexicanos. Por ejemplo,
en Dallas cuando entras a una tienda, eres libre de tocar y ver las cosas, las
personas que atienden quizá solo una vez te dicen si necesitas ayuda, pero
cuando en México me metí a algunas zapaterías, notaba que
las trabajadoras me ofrecían su ayuda muchísimas veces, me preguntaban -como qué busca señorita, -qué número quiere,
-buscaba algo en especial y me parecía desesperante de repente. En un
lugar de plano un muchachito no nos dejaba de seguir a José y a mi y mejor nos fuimos. También en la cineteca
nos metimos a una tienda en donde vendían playeras, libretas, plumas y demás
cositas. Yo veía todo y tocaba algunas libretas
porque quería comprar una para mi amiga Debra,
pero no me convenció ninguna. Me di cuenta que la
vendedora del lugar, una señora de unos 40 años no me dejaba de observar, era como si no le gustara que yo estaba
agarrando las cosas. Seguí viendo las playeras porque me parecían
bonitas y a buen precio y seguía sin quitarme la mirada, voltee y
le dije -Oiga usted solo me esta viendo, que incomodo es que usted no me deje
de ver. A la señora no le incomodó para nada lo que le dije, yo seguí viendo un poco más
y decidí comprar lo que me había gustado e irme.
También, un día en que
José y yo visitamos el museo de Soumaya de Slim, decidimos ir a un restaurante
que está exactamente en la parte de atrás del museo. El restaurante se llama
Loma linda y ahorita que chequé rápidamente en el Google maps me di cuenta que
el lugar esta en la Plaza Carso. Bueno, nos acercamos al lugar y vimos su carta
que estaba en la pared en la entrada. Yo quería ver los platillos que había y
claro, también quería checar los precios. Sin duda ganar en dólares te facilita
gastar en pesos, pero no por eso nos gusta derrochar el dinero. Bueno, José y
yo estábamos en eso cuando una mujer empleada del lugar se nos acerco y sentí una
vibra no tan amable de su parte. Me dio la impresión que ella pensaba que
nosotros no estábamos seguros de comer ahí, tal vez pensando que no teníamos dinero
para pagar. José y yo decidimos no buscar otro lugar y comer ahí. Entramos a la
parte de arriba y observe que había muchas personas, algunos turistas y otros
mexicanos, principalmente hombres. Sentí que los meseros no eran amables
tampoco. Teníamos la ligera intuición de que quizá ellos eran nuestros vecinos
de Neza o Chimalhuacán, pero por alguna razón sentíamos que no les gustaba que estuviéramos
ahí. Se me hizo grosero que ellos nos colocaran la servilleta cuando aún no habíamos
pedido nada. No se si yo ignoro las etiquetas de comer, quizá si, pero aun así
no me pareció algo amable. Incluso aquí en Dallas nunca un mesero había hecho
eso. Cuando vimos la carta más a detalle, me di cuenta que no entendía los
platillos. Parecía como si estuvieran en otro idioma que no era español. O tal
vez no veía los platillos a los que estaba acostumbrada. Los precios eran elevados,
la mayoría costaban arriba de $500 pesos. En fin, la comida supo rica pero sentí
que era muy poca. No me quedé vacía del estómago, pero sentí extraño haber
comido sólo lo suficiente. José y yo concluimos que no nos gustaría volver a
ese restaurante porque no sentimos que fuera un ambiente amable, sentimos mucha
pretensión.
En algunas ocasiones
nos tocó que nos vestíamos de una forma que parece ser que llamaba la atención.
Las personas tal cual nos veían de arriba abajo. Al sentir muchas miradas decidimos
vestirnos un poco menos no se como decirlo, menos “llamativo”, pero al hacerlo
parece que generábamos desconfianza (como en la tienda de la Cineteca). Era
complicado cumplir expectativas. Ambos tratos nos incomodaban. Nos dimos cuenta
que no nos sentimos de esa manera aquí en Dallas. Aquí una persona vestida con
ropa descolorida o rota recibe el mismo trato que alguien que trae ropa en buen
estado. Alguien que viste desarreglado no te dice nada de su condición económica.
Un día mi familia y yo
paseábamos por el centro histórico y pasamos a los sanitarios del Sambors (lugar
que es tienda y restaurante) que esta en madero. Bueno, la señora que trabajaba
en los baños no quería dejar pasar a mi sobrina que porque ella no tenía un
ticket que mostrara que había comprado en la tienda. Alegué con la señora y por
supuesto que mi sobrina paso al sanitario. Me pareció absurdo que pidieran un
ticket para poder usar los sanitarios.
Ya que recientemente
visitamos New York, pudimos comparar ambas ciudades. En New York no hay niños trabajando
ni pidiendo limosna. El metro nos pareció muy eficiente, tenía aire
acondicionado y hasta 4 vagones en una misma línea, dos que eran exprés y dos
que eran regulares. La ciudad parecía mas limpia y aunque habia mucha gente, fluía
bien la multitud. Vimos bastantes asiáticos, franceses y turistas de otras partes
del mundo. En la ciudad de México había turistas, pero no se veían tan variados
como en New York.
Siento que me he
acostumbrado a una vida más tranquila. Hay cosas a las que solo tienes derecho
por ser persona y que no deberías pedirlas o pelear para obtenerlas. Creo que perdí
el ritmo para vivir en una ciudad tan grande. Esta vez contaba los días para
volver a casa. Jamás pensé que empezaría a planear visitar menos tiempo mi país,
pero parece que ya empezó esa etapa.
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