Saturday, January 11, 2020

De visita en mi pais


Hace poco visité México y me di cuenta que ya no tengo el ritmo que requiere una ciudad como la Ciudad de México. Tenía dos años que no visitaba mi país. Noté varios cambios, por ejemplo en el metro ya había unas flechas que ayudaban a indicar a las personas donde colocarse para dejar salir y poder entrar al metro ordenadamente. También vi varios anuncios en el metro en contra del acoso sexual. Mencionaban los anuncios que silbar a una mujer también era violencia sexual o que 9 de cada 10 mexicanas han sufrido violencia sexual en el metro. Me pareció importante que estos mensajes se hagan, quizá es una forma de mostrar que la violencia contra la mujer está en la mira de las autoridades. Observé que ahora la división de vagones para las mujeres está activo todo el día, lo cual me parece pertinente, antes solo hacían estas divisiones en un cierto horario. Algo que también noté fue que la mayoría de los vendedores ambulantes del metro desaparecieron, eso me parece algo muy bueno porque ya era demasiado doloroso viajar con ellos en el metro. Había un sin fin de vendedores ambulantes con bocinas enormes vendiendo discos piratas. Era demasiado incomodo, pero afortunadamente ya no están. Vi que había cámaras en la mayoría de los vagones lo cual me parece algo bueno para seguridad de los usuarios.

Casi enseguida noté que algo estaba pasando con mi español, cuando compraba cosas y me decían la cantidad a pagar me costaba trabajo retener la cantidad en mi mente. Era como si mi cerebro no pudiera retener las cantidades en español. Lo asocié a que ya no estaba acostumbrada a pensar en pesos. Me sentí intolerante con algunos comportamientos de los mexicanos. Por ejemplo, en Dallas cuando entras a una tienda, eres libre de tocar y ver las cosas, las personas que atienden quizá solo una vez te dicen si necesitas ayuda, pero cuando en México me metí a algunas zapaterías, notaba que las trabajadoras me ofrecían su ayuda muchísimas veces, me preguntaban -como qué busca señorita, -qué número quiere, -buscaba algo en especial y me parecía desesperante de repente. En un lugar de plano un muchachito no nos dejaba de seguir a José y a mi y mejor nos fuimos. También en la cineteca nos metimos a una tienda en donde vendían playeras, libretas, plumas y demás cositas. Yo veía todo y tocaba algunas libretas porque quería comprar una para mi amiga Debra, pero no me convenció ninguna. Me di cuenta que la vendedora del lugar, una señora de unos 40 años no me dejaba de observar, era como si no le gustara que yo estaba agarrando las cosas. Seguí viendo las playeras porque me parecían bonitas y a buen precio y seguía sin quitarme la mirada, voltee y le dije -Oiga usted solo me esta viendo, que incomodo es que usted no me deje de ver. A la señora no le incomodó para nada lo que le dije, yo seguí viendo un poco más y decidí comprar lo que me había gustado e irme.

También, un día en que José y yo visitamos el museo de Soumaya de Slim, decidimos ir a un restaurante que está exactamente en la parte de atrás del museo. El restaurante se llama Loma linda y ahorita que chequé rápidamente en el Google maps me di cuenta que el lugar esta en la Plaza Carso. Bueno, nos acercamos al lugar y vimos su carta que estaba en la pared en la entrada. Yo quería ver los platillos que había y claro, también quería checar los precios. Sin duda ganar en dólares te facilita gastar en pesos, pero no por eso nos gusta derrochar el dinero. Bueno, José y yo estábamos en eso cuando una mujer empleada del lugar se nos acerco y sentí una vibra no tan amable de su parte. Me dio la impresión que ella pensaba que nosotros no estábamos seguros de comer ahí, tal vez pensando que no teníamos dinero para pagar. José y yo decidimos no buscar otro lugar y comer ahí. Entramos a la parte de arriba y observe que había muchas personas, algunos turistas y otros mexicanos, principalmente hombres. Sentí que los meseros no eran amables tampoco. Teníamos la ligera intuición de que quizá ellos eran nuestros vecinos de Neza o Chimalhuacán, pero por alguna razón sentíamos que no les gustaba que estuviéramos ahí. Se me hizo grosero que ellos nos colocaran la servilleta cuando aún no habíamos pedido nada. No se si yo ignoro las etiquetas de comer, quizá si, pero aun así no me pareció algo amable. Incluso aquí en Dallas nunca un mesero había hecho eso. Cuando vimos la carta más a detalle, me di cuenta que no entendía los platillos. Parecía como si estuvieran en otro idioma que no era español. O tal vez no veía los platillos a los que estaba acostumbrada. Los precios eran elevados, la mayoría costaban arriba de $500 pesos. En fin, la comida supo rica pero sentí que era muy poca. No me quedé vacía del estómago, pero sentí extraño haber comido sólo lo suficiente. José y yo concluimos que no nos gustaría volver a ese restaurante porque no sentimos que fuera un ambiente amable, sentimos mucha pretensión.

En algunas ocasiones nos tocó que nos vestíamos de una forma que parece ser que llamaba la atención. Las personas tal cual nos veían de arriba abajo. Al sentir muchas miradas decidimos vestirnos un poco menos no se como decirlo, menos “llamativo”, pero al hacerlo parece que generábamos desconfianza (como en la tienda de la Cineteca). Era complicado cumplir expectativas. Ambos tratos nos incomodaban. Nos dimos cuenta que no nos sentimos de esa manera aquí en Dallas. Aquí una persona vestida con ropa descolorida o rota recibe el mismo trato que alguien que trae ropa en buen estado. Alguien que viste desarreglado no te dice nada de su condición económica.
Un día mi familia y yo paseábamos por el centro histórico y pasamos a los sanitarios del Sambors (lugar que es tienda y restaurante) que esta en madero. Bueno, la señora que trabajaba en los baños no quería dejar pasar a mi sobrina que porque ella no tenía un ticket que mostrara que había comprado en la tienda. Alegué con la señora y por supuesto que mi sobrina paso al sanitario. Me pareció absurdo que pidieran un ticket para poder usar los sanitarios.  

Ya que recientemente visitamos New York, pudimos comparar ambas ciudades. En New York no hay niños trabajando ni pidiendo limosna. El metro nos pareció muy eficiente, tenía aire acondicionado y hasta 4 vagones en una misma línea, dos que eran exprés y dos que eran regulares. La ciudad parecía mas limpia y aunque habia mucha gente, fluía bien la multitud. Vimos bastantes asiáticos, franceses y turistas de otras partes del mundo. En la ciudad de México había turistas, pero no se veían tan variados como en New York.

Siento que me he acostumbrado a una vida más tranquila. Hay cosas a las que solo tienes derecho por ser persona y que no deberías pedirlas o pelear para obtenerlas. Creo que perdí el ritmo para vivir en una ciudad tan grande. Esta vez contaba los días para volver a casa. Jamás pensé que empezaría a planear visitar menos tiempo mi país, pero parece que ya empezó esa etapa.

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