De Suecia continuamos nuestro viaje hacia Copenhage, Dinamarca. Llegamos al aeropuerto a las 5 a.m. y tomamos el avión a las 7 a.m., en un vuelo que duró apenas 1 hora 10 minutos. Cuando llegamos a Copenhagen, nos sorprendió la ausencia de un control de migración en el aeropuerto, lo que nos permitió entrar al país sin ninguna revisión. Una vez más, nos quedamos con las ganas de nuestro sellito en el pasaporte hehe. Aprendimos que al ingresar a Europa, el control migratorio se realiza solo una vez, permitiendo viajar libremente entre otros países europeos.
En Dinamarca, nos hospedamos en un lugar cerca de
Copenhague. A diferencia de nuestra experiencia en Suecia y Finlandia, donde
los anfitriones nos recibieron en persona, conversaron con nosotros y nos
dieron recomendaciones de lugares para visitar, aquí el trato fue más distante.
Para recoger la llave, tuvimos que ir a una casa cercana, donde estaba guardada
en una pequeña cajita de seguridad. Una vez dentro del departamento, nos llamó
la atención su estilo artístico y peculiar. Sin embargo, algo que nos intrigó
fue una puerta dentro del mismo departamento con un letrero que decía "No
abrir". Al principio pensamos que más tarde llegaría alguien más que vivía
ahí, pero nunca ocurrió. Desde el balcón, la vista se veia asi.
Cerca del balcón, recuerdo haber visto un libro con fotografías de distintas telas en diversos colores, cada una acompañada de una explicación. La pared tenía un tono indefinido, una mezcla entre café y mostaza, que le daba un aspecto similar al de una pared de adobe. Incluso su textura era irregular, con algunas partes ásperas y agrietadas. Aunque personalmente nunca elegiría un color así para mi casa, debo admitir que se veía original y armonizaba perfectamente con el estilo del departamento. La cocina también tenía un diseño único, como se puede apreciar en este video.
Cuando tomamos el metro, nos encantó su diseño. Era espacioso, moderno y estaba muy limpio. Además, su funcionamiento era muy eficiente, lo que hizo que nuestra experiencia de viaje fuera aún más agradable.
Desde niña, Dinamarca siempre me había llamado la atención. Recuerdo leer en revistas que era uno de los países más felices del mundo, y esa idea me fascinaba. Me preguntaba cómo sería vivir allí y me imaginaba un lugar hermoso, limpio y ordenado. Siempre tuve en mente que algún día viajaría a Dinamarca o incluso llegaría a vivir ahí.
Sin embargo, el lugar donde nos hospedamos no reflejaba del todo esa imagen idealizada. La zona no se veía particularmente limpia ni armoniosa, y en cierto modo me recordó a la Avenida Izazaga en el Centro Histórico de la Ciudad de México, aunque con menos tráfico y menos gente. Algo que sí llamó nuestra atención fue la cantidad de personas que usaban bicicletas como su principal medio de transporte. Cerca de la entrada del metro había un estacionamiento lleno de bicicletas, y dentro de la estación encontramos otro, aunque este no estaba tan ocupado.
Decidimos ir a descansar un rato antes de salir a almorzar.
El lugar al que fuimos ofrecía un platillo llamado kebab, una especialidad del
Medio Oriente que consiste en carne de cordero con vegetales, envuelta en una
especie de gordita. El que probamos estaba delicioso. Mientras comíamos,
notamos una manifestación en la calle, donde un grupo de personas vestidas de
negro sostenía pancartas con mensajes en árabe. También llevaban una bocina
desde la cual se escuchaban cantos o rezos, por lo que asumimos que eran
musulmanes, aunque nunca supimos exactamente el motivo de la protesta.
Un poco antes de llegar al restaurante, habíamos visto otro grupo de manifestantes, quienes parecían ser daneses y también estaban protestando. Sus pancartas, escritas en inglés, decían "No a la gentrificación". Recordé que, días antes, había leído sobre una controversia en las escuelas danesas, donde algunos padres de estudiantes, posiblemente musulmanes o judíos, se habían quejado porque en los comedores servían carne de cerdo y pedían que se eliminara del menú. Sin embargo, muchos daneses se oponían a esta petición y exigían que se mantuviera. Todo esto parecía estar generando una gran tensión en la comunidad en ese momento. No sé si la situación haya cambiado desde entonces, pero espero que se haya encontrado una solución.
Hace poco me enteré de que en Dinamarca prohibieron el uso de la burka, una medida que seguramente ha generado inconformidad entre la comunidad musulmana, ya que su uso es una parte fundamental de su identidad y creencias. Durante nuestra estancia en el país, notamos un ambiente un poco tenso, y me imagino que esto podría estar relacionado con la convivencia que hay entre los inmigrantes, especialmente musulmanes y judíos, y la población danesa.
No prestamos mucha atención a la tensión social y decidimos salir a recorrer la ciudad. En nuestra primera tarde, visitamos varias iglesias, donde nos impresionaron los majestuosos órganos que adornaban sus interiores.
También pasamos por un lago de aguas del mar Báltico, donde vimos una gran cantidad de medusas bebé. Nos sorprendió muchísimo, y aprovechamos la oportunidad para tomar algunas fotos.
Algo que tienen en común Copenhague, Estocolmo, Helsinki y los Países Bajos es el uso de la bicicleta como medio de transporte. De hecho, en algunos lugares, puede llegar a ser peligroso para los turistas, ya que, en muchos países, se está acostumbrado a que las bicicletas cedan el paso a los peatones. Sin embargo, en estos países europeos, la prioridad la tienen las bicicletas, y los ciclistas suelen ir a gran velocidad. A pesar de eso, en Copenhague no sentí tanto peligro con las bicicletas como en los Países Bajos. Ya les contaré esa anécdota en el post que hare sobre nuestro viaje a Paises Bajos.
Después, regresamos a casa para ponernos guapos, ya que esa noche visitaríamos el Klub Werkstatt, un lugar muy recomendado por los daneses que resultó ser único.
Para llegar al lugar, tomamos un autobús donde nos pidieron a todos que mostraramos nuestros pases, lo cual nos pareció un poco raro, ya que en ningún otro país nos lo habían pedido hasta ese momento. Al llegar, vimos a un montón de chicos y chicas que iban a tomar el autobús en el que nos bajaríamos. No sabíamos si venían del lugar al que íbamos o si vivían en la zona y se dirigían a otro lado a divertirse. Nos bajamos y, para llegar al lugar, caminamos por una zona que parecía estar llena de bodegas. La zona tenía un aire de puerto comercial, con grandes cajas de metal apiladas, como las que se usan para transportar mercancías por mar. La zona nos pareció muy única, nunca habíamos ido a un lugar de diversión rodeados de tantos contenedores marítimos.
Cuando llegamos al lugar, nos dimos cuenta de que la mayoría
de las personas eran locales, aunque había algunos turistas. Pedimos una jarra
que, si no mal recuerdo, sabía a mojito. Esa bebida nos puso muy de ambiente.
Más tarde, nos dio un poco de sed y, al pedir agua, nos vendieron cartones con
agua. Fue curioso, porque en donde vivimos siempre nos regalan el agua y la dan
en vasos de plástico. Aunque el contenedor era diferente, debo decir que el
agua estaba muy rica, y no sabía a cloro como en donde vivimos.
La noche siguio y el ambiente estaba de lo mejor.
A esta chica la encontré en la fila del baño. Comencé a hacerle un poco de plática, y luego José salió del baño y seguimos conversando con ella. Su nombre es Sally. Me contó que rara vez podía practicar su inglés, pero aún así hablaba muy bien y nos entendía perfectamente. Le sorprendía mucho que viniéramos desde tan lejos. Hablamos de varios temas, como de política, la vida en nuestros países e incluso algunas cosas personales. Sally nos compartió que extrañaba mucho a su mamá, quien había fallecido, y también nos dijo que no estaba muy contenta con las decisiones del gobierno actual. La plática fue breve pero muy agradable. Como sus amigos la esperaban, nos despedimos de ella y nos metimos nuevamente al lugar.
El baño también era interesante. Recuerdo que era un espacio compartido por hombres y mujeres, pintado de color vino con una luz tenue que le daba un ambiente algo íntimo. Dentro del baño, había un anuncio que me pareció muy genial, ya que mostraba el apoyo y la atención que le brindaban a sus visitantes. Fue un detalle que realmente me llamó la atención. Ojala más lugares hicieran algo parecido.
Después de tanto bailar, decidimos irnos a casa. Ya veníamos un poco tomados, y no recuerdo haber tomado estas fotos. Seguro quería tomar foto a los buzones, pero mi bebe se atravesó en el momento justo, haha.
También ocurrió un pequeño percance al regresar a nuestro hogar. Cuando íbamos subiendo las escaleras para salir del metro y caminar hacia nuestra casa, un chico pasó junto a José y lo empujó a propósito. Ese chico iba con otro muchacho, que calculo tendría unos 20 años. José comentó que ya nos venían siguiendo. Afortunadamente, no pasó a mayores y simplemente seguimos nuestro camino. Pasamos por una tienda a comprar leche y unos pastelitos. El señor de la tienda fue muy amable y trataba de hablarnos en inglés, aunque no se le entendía mucho. Luego buscó y buscó hasta que finalmente encontró la leche. Nos sorprendió que en ese lugar estuviera abierto a esa hora, ya que eran como las 2 a.m. Era un establecimiento que parecía una mezcla entre una verdulería y una tienda de abarrotes.
Saliendo del metro esa noche.
Al día siguiente amanecimos un poco crudos, pero aun así nos fuimos de paseo y visitamos algunas zonas bonitas.
Visitamos por fuera el Frederiksborg Castle.
También dimos un paseo en barquito por el Nyhavn Harbor. Nos
sentíamos un poco crudos y el malestar nos duro como hasta las 2 o 3 de la
tarde.
Durante nuestro paseo vimos unos edificios interesantes.
Fuimos a comer en una ocasion a un restaurante Mexicano. La ambientacion del lugar era muy representativa de México y nos hacia sentir como en casa.
Los tacos, aunque no sabían 100% mexicano, tenían muy buen sabor. Cuando nos íbamos del lugar, platicamos un poco con los cocineros, quienes nos dijeron que eran argentinos. Nos preguntaron si nos ibamos a quedar permanentemente en Copenhague, y les dijimos que, desafortunadamente, ya nos íbamos al día siguiente.
Un viajero
En general, Copenhague nos pareció una ciudad interesante, aunque un poco descuidada en algunas zonas. Algunas partes no se veían tan limpias. Nos gusto mucho que sus edificios históricos tenían bonitos detalles de color verde azulado, y había plazas encantadoras donde se podía caminar y tomar fotos lindas. La gente fue muy amable con nosotros, y notamos una gran diversidad tanto en la población como en la gastronomía. Si volviéramos a Copenhague, nos gustaría visitar Tivoli Gardens, que es como un Six Flags, pero mucho más antiguo. Visitar lugares lejanos siempre enseña mucho, y sin duda volveremos cuando se dé otra oportunidad.